UNA HISTORIA DE NAVIDAD.
La Niña De Los Fósforos
Hoy he querido traerles queridos amigos, este hermoso cuento de Navidad que mi madre nos contaba cuando alguno de nosotros no hacia aprecio a los innumerables regalos que el padre amado nos entregadaba día a día. Y es que muchos de nosotros no apreciamos y tampoco agradecemos al Señor que tenemos una vida hermosa y muchas cosas que otros no tienen. Por eso hoy los invito a abrir sus corazones y elevar una oración por todas esas familias, por esos niños y ancianos que no tienen nada y que son víctimas de la pobreza mas grande. El amor hacia ellos, nuestro deseo por su bien elevaría la vibración de amor que necesitamos, despertando la compasión en nuestros corazones hacemos bien a cada uno de ellos aunque no tengamos algo material que ofrecerles. Con infinito Amor.
Para ustedes....
¡Que frío tan atroz! Caía la nieve y la noche se venia encima. Era el día de Nochebuena. En medio del frío y la oscuridad, una pobre niña pasó por la calle con la cabeza y los pies desnuditos.
Tenia, en verdad, zapatos cuando salió de su casa; pero no le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado; tan grandes, que la niña las perdió al atravesar la calle para que no la atropellaran los carruajes.
La niña caminaba con los pies desnudos, que estaban rojos y azules del frío; llevaba en el delantal algunas docenas de cajas de fósforos y tenia en la mano una de ellas como muestra.
Era un muy mal día; ningún comprador se había presentado. Tenía mucha hambre y frio. Se sentó en una plazoleta y se acurruco en un rincón entre dos casas. Si volvía con todos los fósforos y sin una sola moneda, du madrastra la maltrataría y en su casa hacia también mucho frio. Vivian bajo el tejado y las mayores aberturas habían sido tapadas con paja y trapos viejos.
¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría calentarse con una cerillita! Saco una. ¡Como alumbraba y como ardía! Despedía una llama clara y caliente como la de una velita cuando la rodeo con su mano.
¡Que luz tan hermosa! Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de hierro, adornada con bolas de y cubierta con una capa de latón reluciente.
La niña extendió sus piececillos para calentarlos también; mas la llama se apagó.
Frotó otra, que ardió y brilló como la primera, y allí donde la luz cayo sobre la pared, se hizo tan transparente como una gasa. La niña creyó ver una habitación en que la mesa estaba cubierta por un blanco mantel resplandeciente, y sobre le cual un pavo asado y rellenos de trufas exhalaba un aroma delicioso. De pronto, tuvo la ilusión de que el ave saltaba de su plato sobre el pavimento con el tenedor y el cuchillo clavados en la pechuga, y rodaba hasta llegar a sus piececitos. Pero la segunda cerillas se pagó, y no vio ante si más que la pared fría.
Encendió un nuevo fósforo. Creyó entonces verse sentada cerca de una magnifico nacimiento. Embelesada, levanto entonces las dos manos y el fosforo se apagó. Todas las luces del nacimientos de elevaron, y comprendió entonces que no eran mas que estrellas. Una de ellas pasó trazando una línea de fuego en el cielo.
-Esto quiere decir que alguien ha muerto –pensó la niña, porque su abuelita que era la única que había sido buena con ellas, pero que ya no existía, le había dicho muchas veces:”Cuando cae una estrella, un alma sube hasta el trono de Dios”.
Froto la niña otro fosforo en la pared, y creyó ver una gran luz, en medio de la cual estaba su abuela en pie y con un aspecto sublime y radiante.
¡Abuelita! – Grito la niña-, ¡Llévame contigo! ¿Cuándo se apague el fosforo, se muy bien que ya no te veré mas! ¡Desaparecerás como la chimenea de hierro, como el ave asada y como el hermoso nacimiento!
Después se atrevió a frotar el resto de la caja, porque quería conservar la ilusión de que veía a su abuelita. Cogió a la niña bajo el brazo, y las dos se elevaron en medio de la luz hasta un sitio tan elevado, que allí no hacia frio, ni se sentía hambre, ni tristeza; hasta el trono de Dios.
Cuando llego el nuevo día, seguía sentada la niña entre las dos casas, con las mejillas rojas y la sonrisa en los labios. ¡Muerta, muerta de frio en la Nochebuena! El sol iluminó a aquel tierno ser sentado allí con las cajas de cerillas, de las cuales una había ardido por completo.
-¡Ha querido calentarse la pobrecita! – dijo alguien.
Pero nadie pudo saber las hermosas cosas que había visto, ni en medio de que resplandor había entrado con su anciana abuela en el reino de los cielos.
Adaptado de un cuento de Hans Christian Andersen.