Mi(s) hijo(s) es mi debilidad y la razón por la que soy fuerte
Ser madre o ser padre es una experiencia que nos cambia por dentro y nos hace ser fuertes. Si hasta no hace mucho pensabas que eras una persona frágil e insegura, al sostener a tu hijo, de pronto, eres consciente de que vas a sacar cada una de tus fortalezas por ese nuevo ser.
Tus hijos son tu debilidad pero, en realidad, es un amor sincero e incomparable, porque nada te arranca tantas alegrías como ellos, ni nada te motiva tanto en el día a día como compartir tiempo con tus niños.
Eres sus pilares, su castillo de calor, su mundo de emociones y la mano que les enseña el mundo.
A menudo, suele decirse que hasta que no criamos nuestros propios hijos no sabemos lo que les debemos a nuestros padres. Y, sin lugar a dudas, es cierto. No obstante, no todas las infancias fueron felices.
De ahí, que debamos tener claro que toda crianza requiere dar lo mejor de nosotros mismos.
Hoy en nuestro espacio te invitamos a reflexionar sobre ello.
Ser fuerte en la vida por tus hijos
- Los niños necesitan seguridad en el día a día, y por ello es necesario mostrar equilibrio, madurez y esa fuerza en la que toda criatura puede sentir calma y tranquilidad para crecer con alegría y felicidad.
- La vida siempre nos trae complicaciones. Tenemos claro que no siempre va a ser fácil mostrar ese optimismo, esa luz cálida que los niños necesitan ver en nuestra mirada.
Habrá días en que nuestro trabajo no vaya bien, en que nuestra relación afectiva no sea tan feliz como otros, lo sabemos…
No obstante, por ellos y por su tranquilidad seguirás sacando lo mejor de ti mismo. Y les enseñarás que, a pesar de que la vida, en ocasiones, tiene días grises y tormentas, todos podemos abrir un paraguas y mantener la sonrisa.
Porque ser fuerte implica ser valiente y no rendirse, y mientras tus niños te vean con energías, seguirán pensando que el mundo es un lugar fantástico.
Porque su padre y su madre son ese primer escenario social, su primer “mundo” y el que siempre les acompañará estén donde estén.
El amor de un hijo es un amor sin fecha de caducidad
Hay amores que duran para siempre, que son eternos y que nunca pueden romperse como, por ejemplo, el amor hacia un hijo. Si bien es cierto que en algún momento pueden aparecer las decepciones, el vínculo que se construye con un hijo suele ser imperecedero.
- Ellos cambiaron tu vida en cuando llegaron a este mundo. Te obligaron a crecer por dentro y a ser responsable.
- Te permitieron entender que tus palabras tienen poder a la hora de educar, que tus caricias eran importantes, que tus abrazos ayudaban día a día a crecer a un niño que temía la oscuridad, que ansiaba compartir tiempo contigo.
- Podríamos decir que la crianza de un niño nos obliga también a educarnos a nosotros mismos. Buscamos siempre lo mejor para nuestros hijos, y por ello, medimos nuestros actos y creamos ambientes propicios para que crezcan felices.
- Aprendemos de alimentación, de psicología y de medicina. Somos constructores de castillos y diseñadoras de ropa para muñecas… Somos confidentes, pañuelos de lágrimas, tenemos magia para borrar pesadillas y monstruos de debajo de la cama, y nos convertimos en chefs de los postres favoritos de nuestros hijos.
Los niños crecen cada día, pero también nosotros crecemos con ellos. Porque son nuestra debilidad, porque son nuestro corazón fuera del cuerpo y el aliento de nuestras esperanzas.
Y, aunque no puedas prometerles que estarás con ellos el resto de sus vidas, sí puedes decirles que les querrás el resto de la tuya. Aún cuando no estemos físicamente aquí se que veremos por ellos...
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